lunes, 30 de noviembre de 2009

Contra la corriente


Contra la corriente
(Juan B. Duizeide, Grupo Editor Mil Botellas, 2009)

No queda más remedio que coincidir con el autor y los editores: al presentar el libro en público insisten en la ausencia de una tradición náutica en la narrativa argentina. Un país de extensas costas es, no obstante, un país sin autores de temas marinos. Tratando de forzar el paralelo, encuentro autores de narraciones fluviales: pienso en la presencia del río en un autor como Horacio Quiroga. Pero ya le estoy haciendo trampas al asunto: ¿Quiroga es argentino o uruguayo? ¿Navegar en el río es lo mismo que navegar en el mar? ¿Acaso contamos con autor argentino en alguna nómina que contenga a Conrad, Stevenson, Melville o Salgari, por nombrar disímiles plumas?

De manera que el primer laurel de estas narraciones es ingresar en mundos inexplorados por los autores nacionales.

El autor elige salir de espaldas en la foto de la solapa. Se conoce que así se avanza en la navegación a remo: doce hombres de espaldas a la proa hacen avanzar a una falúa. La mirada puesta en la pala de los remos, en el timonel, en la estela sobre el agua. Nunca en la proa. Se avanza de espaldas. Dicho en el idioma de los argentinos: Duizeide la rema.

Y la rema bien. Es un remador. No solamente es un inspirado –que duda podemos conservar, luego de recorrer dos páginas cualesquiera de cualquier cuento- sino que es un trabajador de la palabra. Ninguna está porque sí. Tampoco sobran. Todo está en la dosis justa; lo cual, en términos literarios, implica reticencia. El autor calla más de lo que dice: uno abriga esa placentera angustia de percibir que en las tinieblas hay movimientos que no se ven. Una brisa en el rostro nos delata la presencia fantasmal de lo que no se dice. Lo que se calla tiene la misma entidad que la palabra dicha. No se pueden leer estos cuentos sin evocar el espíritu de Henry James.

Abocado a la lectura del índice de los cuentos, hallamos que su número infringe las supersticiones náuticas: son trece. Un patrón común iguala a estas narraciones: las pueblan navegantes de travesías truncas, de derrotas imposibles, de singladuras pretéritas, de vanas vueltas en círculos, de zarpadas inminentes. O personajes de esos que son tributarios del mar: guardavidas, mujeres que esperan a hombres de mar, y aún los mismos despojos del naufragio o de macabros aviones (como en Los grandes secretos, versión apenas retocada por el autor del capítulo Ella y él de su novela En la orilla.)

Hay situaciones intolerables, como algunas que bien sabe construir Kenzaburo Oé: debí dar vuelta presuroso la página apenas terminé de leer Sicigia. Me fue imposible proyectar un final que prodigase alivio. (Ya que mencioné a Quiroga: este cuento me trajo a la memoria La gallina degollada, no sabría decir por qué.) El poeta que habita a Duizeide está presente en ese lírico estertor de la mujer en Estaciones, pero también está en Regreso, el viaje postrero del Capitán Dieusayde, o en la naturaleza que acompaña al navegante cuando ha quedado solo en el puente (Agradecimiento). No está ausente la poderosa denuncia, sobre todo cuando menos explícita parece: si Desguace narra las remembranzas de marinos sin trabajo que desarman un barco radiado, el título y dos o tres palabras puestas como al azar nos están gritando una condena al desguace del Estado, que se llevó también nuestra flota mercante. La esperanza no se pierde: El tripulante del Albatros aguarda con paciencia la prescripción adquisitiva treintañal para salir con su barco, otra vez, al mar.

Contra la corriente, además de narrar el primer día de un pilotín mercante en su primer barco, es el título del volumen. Navegar contra la corriente es arduo; a motor, a vela o remando de espaldas. Lo que cuenta es la proa, meter la proa que desafía a la corriente en contra. Duizeide, que entre las lecturas de Conrad y Melville de la infancia y sus años de marino mercante de la adultez, ha experimentado una adolescencia de barcos grises con cañones silenciosos, aguas dulces y gritos marciales, conoce el preciso significado que posee en éste ámbito la insolente conjunción de las palabras meter proa.

Subordinando la acción al pensamiento, con lírica armonía, con la palabra y el silencio, Duizeide mete proa contra la corriente.

Daniel Ortiz

lunes, 23 de noviembre de 2009

Los cuentos del Tarot


Una tarde de domingo de 1995 vi sobre una mesa un mazo de cartas de tarot que había quedado junto a mi cuaderno luego de responder algunas preguntas o dictaminar un destino. Admito mi escepticismo sobre la idoneidad de las barajas para tales menesteres.

Di vuelta una carta, al azar: salió "Le Pendu", y en verdad, yo por esos días sentía la asfixia del ahorcado, así que escribí lo primero que me vino a la mente a la vista de ese naipe. Salió un cuento breve. Repetí la operación: descubrí "La Justice" e inmediatamente le compuse otro cuento.

Al mes retomé la faena, siempre respetando la espontaneidad de la primera inspiración a la vista del naipe. Esa fue la única regla, escrupulosamente cumplida: debía escribir sobre la primera idea que viniera a la mente al ver la figura del arcano. O su título. Si no venía una idea de inmediato -porque eso ocurrió varias veces- entonces, dejaba flotando en mi cabeza el arcano y cuando venia algo lo escribía. Pero no le hacía trampas al tarot, cambiando el naipe o extrayendo otro y dejando para después el pendiente. No continuaba con otro naipe hasta no escribir sobre el anterior extraído.

Obvio es decir que con tales reglas no todo lo que está escrito me satisface, y aún lo que alguna vez me ha satisfecho puede no resultarme grato hoy o mañana. Pero descubro con placer que algunos pocos relatos están logrados. En este ejercicio, se ha antepuesto la forma al fondo. Con la conciencia de las limitaciones de tal proceder. Es como si nos propusiéramos pintar un cuadro sólo con el color verde, o sin utilizar líneas rectas. Quizás salga una pintura notable, quizás llenemos telas con mamarrachos. Algo así puede ocurrir con estos relatos o poesías; pero, como ven, los caminos de la creación literaria son vastos y descansan aún en la pequeñez de un mazo de naipes olvidado sobre una mesa. De todos modos, no aliento una estética -en ningún arte- fundada en el culto a las formas: en el teatro esto es más notable y, por difundido, penoso.

Hacia 2001 escribí el último relato, completando así los veintidós arcanos mayores del tarot. Han sido publicados hasta ahora solo dos en la web (véanse sus enlaces a la derecha): L´Empereur y Le Judgement. El resto permanece inédito, a la espera de publicarlos (si no me arrepiento antes) en un mismo volumen. Casi todos son relatos, hay unas pocas poesías y uno de esos relatos, el más extenso (La morte), ha sido convertido casi literalmente en una pieza teatral breve, aún sin estrenar (La última noche), pero de difícil puesta en escena.

Iré publicando algunos en el blog, con la imagen del arcano que los inspiró.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Primeras invenciones


Considero que mi primera publicación se dio en mayo de 1997, cuando la revista Para entender a Borges, una publicación mensual del Profesor Héctor Omar Saldaña, dio acogida a mi cuento Maestro en su página 14. Eterna gratitud a quien recibió por correo postal -no email- mi relato y porque le gustó, lo publicó.


Pero hay una prehistoria de publicaciones anteriores que vengo a exhumar. Soslayaré a propósito una multitud de escritos que se dieron -en el decenio 1984/1994- en periódicos partidarios, panfletos, plataformas electorales, o bien reportajes, cartas de lectores y similares, además de algunos textos jurídicos para la cátedra. Mas trataré de recordar ahora pequeños logros que jalonaron la siempre deseada publicación de la propia obra en letras de molde.


En 1992 el periodista Martín Sanchez procuró alentar el sueño de la revista propia y alcanzó a sacar dos números de una publicación: Al margen. Pidió colaboraciones a los conocidos y le acerqué una carilla titulada ¿Democracia o Tevecracia? Dos párrafos fueron publicados en el N° 1 de marzo.


Estos párrafos estaban extraídos de un pequeño bosquejo de ensayo. No de narrativa. Hay que ir un poco más atrás para encontrar otro testimonio -siempre en cuentagotas- de publicación estrictamente literaria. La revista Juegos para gente de mente organizaba un concurso permanente de cuentos breves, de hasta doscientas palabras. Con ese estímulo me largué a la producción de relatos breves. Pero la decepción me embargaba número tras número al ver que mis relatos no solo no ganaban, sino que ni merecían comentarios. No me rendí y al final, en el N° 33 de junio de 1983, Gloria Pampillo tuvo a bien publicar -en una antología de fragmentos de algunos cuentos enviados- un párrafo de mi relato El pescador, que jamás recogí en ninguna otra publicación (y para eso está este blog).


Sin embargo, el año anterior había disfrutado de una extensa publicación. En quinto año, nos tocaba editar una publicación colectiva que recogiese nuestro paso por el Liceo Naval. Proa al mar había sido, en sus comienzos, una revista periódica que además del quehacer del Liceo, recogía artículos literarios o históricos. Con el tiempo, viró hasta convertirse en un anuario que reflejaba el paso de cada promoción por sus aulas. Por un resabio de tradición, se aceptaban algunas colaboraciones literarias. Pero uno de los ejes centrales lo constituían las biografías de los egresados, redactadas tanto en un tono general de solfa como en el hermético argot liceano. En la de mi promoción publiqué veinte de las sesenta biografias. Resultó que di en escribir una con algún ingenio en su estructura (una junta de dioses del Olimpo deciden el futuro de los hombres, entre ellos el de un compañero mío) y de allí en más llovieron los pedidos. Claro que escribiendo a demanda, contra reloj, en medio del relax general por el egreso inminente, la calidad era despareja. Pero varias páginas de esa Proa al mar llevan mi firma, algunas en colaboración.


Para completar esta reseña de primeras invenciones, valga mencionar a la primera biografía que escribí (también en colaboración) en la página 47 de la Proa al mar de 1978: la inocente semblanza, entrañable, que un joven de trece años podía hacerle a algo así como un hermano mayor de quinto año. En esa misma revista hay varias páginas de Charlie Feiling que no han sido publicadas en ningún otro lado.