jueves, 4 de noviembre de 2010

El gremialismo según Bustos Domecq


Me he cansado de recomendar en vano las Crónicas de Bustos Domecq, notable pieza de ironía del tándem Borges-Bioy Casares. Hasta he cometido la imprudencia de prestar mi ejemplar. De nada sirve: ha vuelto, y la compungida expresión de mis interlocutores acompaña a esa nutrida paleta de muecas con las cuales –so pretexto de no saber leer a dos autores semejantes- me farfullan inapelable veredicto condenatorio.

Voy a intentarlo otra vez más con ustedes. El libro consiste de veinte artículos que comentan expresiones de arte moderno o ensayos intelectuales, escritos por un ficticio H. Bustos Domecq. Les diría que, aún, los artículos son halagüeños de cada expresión artística. Pero uno puede apreciar, en su esplendor más craso, la magnífica ironía de un dúo que escribía como uno solo. A mi me resultó siempre un enigma entender cómo se puede escribir tan bien de a dos.

El gremialista es uno de esos artículos. Bustos Domecq se propone dar a conocer la obra del Doctor Baralt, consistente en seis volúmenes titulados Gremialismo (1947-54). Nadie los ha leído. Pero hay un laureado Análisis escrito por Cattáneo, basado en las primeras nueve páginas del prólogo de Baralt –lo más que pudo leer del mamotreto- en el cual se basará para escribir su artículo. A fuer de meticuloso, Bustos Domecq acude al testimonio de primera mano: ”al examen prolijo de la mole, hemos preferido el impacto conversacional, en carne viva, con el cuñado de Baralt, Gallach y Gasset.”

Entonces Bustos Domecq nos introduce en la tesis del gremialismo de Baralt. “El género humano, me explicitó, consta, malgrado las diferencias climáticas y políticas, de un sin fin de sociedades secretas, cuyos afiliados no se conocen, cambiando en todo momento de status. Unas duran más que otras: verbi gratia, la de los individuos que lucen apellido catalán o que empieza con G. Otras presto se esfuman: verbi gratia, la de todos quienes ahora, en el Brasil o en África, aspiran el olor de un jazmín o leen, más aplicados, un boleto de micro.”

Añade Bustos Domecq: “El gremialismo no se petrifica, circula como savia cambiante, vivificante (…) El mínimo gesto, encender un fósforo o apagarlo, nos expele de un grupo y nos alberga en otro.”

Esta perspectiva resulta visionaria: ¿a qué clasificar a los obreros en las pétreas categorías de lecheros, carteros, soderos, albañiles? Cada vez que se montan sobre los muchos ejes de un camión son obreros camioneros. Al bajarse, son esposos, obreros hinchas de Racing, asadores domingueros, obreros deudores, y a veces vuelven a ser obreros lecheros o soderos.

Bustos Domecq, sin consentir categorías marxianas, se percata de las derivaciones antagónicas de los postulados del gremialismo de Baralt: “No cerremos los ojos a los inevitables brotes de pugna, que la benéfica doctrina provocará: el que baja del tren asestará una puñalada al que sube, el desprevenido comprador de pastillas de goma querrá estrangular al idóneo que las expende.”

Es que el sujeto desprevenido que ahora es comprador de pastillas de goma, culminada la faena, torna a integrar la categoría de propietarios de aserraderos que acaban de comprar pastillas de goma. Y el idóneo que las expende, es arrastrado al escalón de los dependientes de tienda de golosinas que resultan estrangulados por los clientes de su empleador. Y así la lista puede seguir hasta el infinito, según el plan de Baralt que –hacia el final del artículo- nos anticipa Bustos Domecq: compilar una lista de todos los gremios posibles. Hipótesis que nos sumerge en similares paradojas que la de Aquiles y la Tortuga. “Obstáculos no faltan: pensemos, por ejemplo, en el gremio actual de individuos que están pensando en laberintos, en los que hace un minuto los olvidaron, en los que hace dos, en los que hace tres, en los que hace cuatro, en los que hace cuatro y medio, en los que hace cinco… En vez de laberintos pongamos lámparas. El caso se complica. Nada se gana con langostas o lapiceras.”

Ponemos manos a la obra: pensamos en los obreros ferroviarios o en los camioneros. En los obreros ferroviarios, por ejemplo, que recelan del patrón y en los que lo consienten con mansedumbre. De aquellos que recelan del patrón, pensamos en los que deciden combatirlo y en los que se resignan. De los que deciden combatirlo, en aquellos que se sindicalizan y en aquellos que se deprimen aislados. De los que se sindicalizan, en aquellos que asumen posturas combativas y las mantienen, y en aquellos que van cejando en el combate. De los combativos, en los que consiguen ser reelegidos al frente de sus gremios y en los que no. De los que consiguen ser reelegidos, en los que ya no recelan del patrón y en los que siguen recelando pero se van conformando. De los que ya no recelan, pensamos en los que prefieren ser patrones y en los que no consiguen dejar de ser obreros. De los que prefieren ser patrones, en los que eligen combatir a los combativos que se quieren agremiar y en los que se ponen al servicio de los que combaten a los combativos que se quieren agremiar. La enumeración dista mucho de ser completa.

Al final del camino, algunos agremiados son muy vivos, y otros, como Mariano Ferreyra, están muertos.