miércoles, 9 de mayo de 2012

Más feliz que la mierda

Muy pronto habrán pasado diez años desde que Ricky Espinosa se murió saltando por una ventana a los treinta y cinco años de edad. Apunto a quien se desayuna ahora con esta novedad.

Era la noche del 30 de mayo de 2002. Un ratito antes había estado jugando a los videojuegos en el living del guitarrista de Flema, Luichi Gribaldo, en un monoblock de Avellaneda. Ganó (supongamos). La botella se había vaciado, no era la primera. Y gracias que había una botella. Las más de las veces, tetras; o liso y llano alcohol fino con jugo Tang. Era una noche más. “Me voy a tirar”, anunció. Se dirigió a la ventana, la abrió y salió por ahí. Estaba en un quinto piso.

Venían de grabar las voces del último disco de Flema: 5 de copas. Y antes habían grabado las dos partes de Caretofobia (2001 y 2000), La noche de las narices blancas (2001), Resaka (1998), Si el placer es pecado, bienvenidos al infierno (1997), Nunca nos fuimos (1995, el año en que telonean a Los Ramones), El exceso de drogas y alcohol es perjudicial para la salud. ¡Cuídate, nadie lo hará por vos! (1994), Pogo, Mosh y Slam (1992) y Corriendo con Satán (1989). Hay un demo de pocos temas –en cassette- de 1987. Los títulos indican un sitio fundacional en el punk-rock nacional. El sonido y las letras también.

La riqueza musical de Flema radica en una base de rock, la prescindencia de demasiados ensayos –o su omisión directa- una compenetración absoluta de los miembros de la banda, sustentada en la amistad y los códigos musicales y barriales compartidos, y una poética feroz. En esto es del caso detenerse.

Ricky Espinosa es el autor de la mayoría de las letras de Flema, y también de una banda paralela que bautizó Flemita y de los temas de su disco solista (Vida espinosa). Ricky de Flema gritaba en sus letras lo que miles de chicos de las barriadas humildes del conurbano querían decir pero era terriblemente incorrecto decirlo en voz alta.

Reproduzco la letra de uno de sus temas, Cheto puto:

Chetoputo-chetoputo-chetoputo
chetoputo
chetoputo
chetoputo
chetoputo
Aaaaaaaaahhhhhh

Chetoputo-chetoputo-chetoputo
chetoputo
chetoputo
chetoputo
chetoputo
Aaaaaaaaahhhhhh.

¿Podría afirmarse que es una poética despojada de metáfora? No lo creo. En todo caso, es una poética minimalista. Es una poética sin rodeos, rectilínea. Precisa. En un minuto y medio –a veces casi dos- hay que introducir una idea. Podemos afirmar sin error: no hay una sola canción de Flema que no encierre cuando menos una idea. En tiempos de tanta palabrería vacua esto fue y sigue siendo una hazaña. Si uno pudiese respirar luego de escuchar una canción –luego del pogo, del moshing, de escupir y ser escupido- hasta podría reflexionar, porque siempre hay material. Pero no se puede, eso queda para después, para la hora de la cerveza compartida en la vereda, para la resaca. Ahora hay que bailar.

La poética de Ricky enuncia todos los postulados de los códigos del barrio. La amistad es tema recurrente. Todavía conservo la imagen de uno de esos reporteros de programas de rock de los noventa, esos sujetos sin nombre que han pasado sin pena ni gloria por la televisión por cable, esos programas con cámaras que se bamboleaban (¿cuál sería la apuesta estética de ese truquito repetido tanto?) y preguntas estúpidas. Le dice a Ricky, quien le ha agradecido que hayan pasado un video suyo sin tener que pagar: “Es que acá somos amigos.” Y Ricky, seguramente fastidiado pero con una insólita diplomacia y buen semblante, le aclara, con toda serenidad: “Amigos son los amigos; pero acá hay buena onda.” Notable. Pero fue en otro reportaje en Muchmusic, por el que Flema pagó quinientos pesos (al final del breve reportaje, Ricky se queja en vivo de que pagó tanto por tan pocos minutos de aire), cuando tira, al pasar: “Los medios mienten”. Es el reportaje –célebre para los fans- en el cual con su banda de pie, rodeándolo detrás, cuando llega el turno de presentarlos y el notero bobo le pregunta a uno cualquiera cuándo tocan, ante la cara de circunstancia del chabón, Ricky aclara: “Este no es de Flema. Es el remisero.” ¡Y lo puso junto a la banda, al aire, como uno más!

En Nunca seré policía fija los límites de los cuales el chabón del barrio no puede pasar. Ni rati ni buchón. “Todos sabemos que un amigo de verdad / nunca te mandará preso ni nunca lo hará /(…) Nunca seré policía / de provincia ni de capital.” Un amigo del barrio por ahí te deje pagando a vos, el fercho del remis, porque se gastó la guita del viaje en merca, pero convida y te lleva al aire a un programa careta de Muchmusic.
El barrio es Gerli, y cuando se pertenece a esos pagos hay que ser hincha de El Porvenir. Ricky, el nihilista, se agenció de algún modo una camiseta del Porve y la alterna con las remeras de Flema y otras que dicen: “Soy punk, soy drogadicto, soy bisexual”. Por eso, lo de cheto puto no es peyorativo para nadie más que para el cheto.

Ricky es así, pero eso no es por culpa de la droga ni del alcohol (estribillo de Si yo soy así). Ricky es así porque vive en un perpetuo presente. Hoy la policía mata a un pibe en el barrio, por error (Pobre Luis): hay que cantarlo. Hoy, de pedo, estuvo a la mesa comiendo con la familia a la hora de la cena mirando Grande Pa: hay que cantarlo. “La tengo en la cabeza/ y no me lo puedo sacar/ de voltearme a la pendeja/ que trabaja en Grande Pa. / Ya tenía tetitas y el culito le creció / por ella estoy al palo / la puta que te parió: / Angie, entregá, Angie entregá/ oooh oh oh oh oh.” (Grande Angie!). ¿Quién no quiso voltearse a una veterana a los veintipico? ¿Y a una suegra?: “Su cuerpo desnudo / puedo imaginar / Parece una nena / pero es su mamá / ¡Qué linda nena / es tu mamá!” (Que linda nena). “Solo en la cama / mirando el techo / con mi bolsita / de pegamento /pero por dentro / no he de sufrir /con mi bolsita / soy feliz.” Y la letra se repite con el tetra de Resero, con el faso, el tabaco y otros placeres del lumpenaje de Gerli (Más feliz que la mierda).

Claro que también las grandes preocupaciones de su época están presentes en las letras de Ricky. Siendo clase 1966 vivió Malvinas como adolescente problemático en un colegio secundario de Avellaneda. Sobran los motivos para que su generación –la de quienes éramos jóvenes en los ochenta- abjure de las guerras. Ricky lo dice fácil: “No quiero ir a la guerra /no quiero que me maten / porque soy muy joven / para ser un cadáver (…) Ustedes hacen guerras / nosotros los que caen” (No quiero ir a la guerra). Yo admiro la llaneza de Espinosa para decir las cosas complicadas.

Así como en el célebre disco Invasión 99 Ricky está presente con seis temas de Flema, Flemita y solista, ya había formado parte de Invasión 88, un mítico vinilo inhallable considerado el inicio del punk-rock nativo. Ahí encontramos dos temas de Flema compartiendo cartel con Ataque 77 y Comando suicida (banda que viraría al otro extremo ideológico).

El jovencísimo Manuel Ricardo Espinosa, el Ricky para todos, cargaba sobre su escasa estatura un nihilismo terminal. Así vivía la vida: a mil, en pedo, bardeando a los desconocidos, chupando con los pibes, dilapidando en un día con los amigos la guita que hacía en un show o con un disco. Estuvo enamorado, como todo boludo. El amor pudo salvarlo. Entre decenas de minitas que se le regalaban, quiso a una. Obvio: no sabía cómo hacer las cosas bien, no quería hacer las cosas bien, no le salía hacer las cosas bien, ni siquiera cuando quería caretear. Se perdieron, más perdió él. La perdió. Pero era un amor al que siempre quería volver. También tuvo un hijo con otra chica.

Esto pasó cuando Flema era habitué de Cemento. Cuando Ricky terminaba las canciones a los gritos con cuatro o cinco monos colgados del micrófono gritando las letras. Siempre terminaban a las piñas, porque si, para bajar a los fans, para recuperar la guitarra. Mucho después un periodista pelotudo le preguntaría si había desmanes en sus shows. Ricky repreguntaría: “¿Muertos? No, nunca hubo muertos en los shows de Flema.” Pero eso fue mucho después. El primer reportaje se los hizo la revista Pelo.

Ricky no integró la primera formación de Flema. La banda es anterior a él. Pero como había aprendido a tocar la guitarra, como iba a los conciertos de lo que se podía llamar, más o menos, punk, como fumaba en la placita Alsina, de Avellaneda con los chicos del barrio, lo conocían como un buen violero. Ahí fue que Juan Fandiño lo invitó a participar de la banda, que andaba a los trompicones a punto de desmembrarse. Cayó Ricky con un batero a una covacha de Sarandí y se pusieron a ensayar. Renació Flema.

Del colegio se había rajado solo. Fue cuando usaba el pelo con corte taza: un día se quitó la corbatita azul y empezó a tocar en grupos de heavy metal, escandalizando en los cumpleaños de quince. Por ahí fue que se dio cuenta de que destruirse era tan trabajoso como construirse, y se dedicó a ambos con parejo esfuerzo. Todo le entraba al cuerpo, todo lo metabolizaba, todo le dejaba huellas, como un cáncer del alma.

También tenía sus gustos: afirmaba que Embajada Boliviana era su banda preferida. Todavía podemos escuchar a la dulce voz chillona de Ricky entrando en Pedro y Juan, temazo de Embajada: “Ay ay ay ay, ellos eran Pedro y Juan / Ay ay ay ay, no volvieron nunca más”. En otro reportaje, en los treinta segundos que le dan, (luego de decir que a pesar de que metió mil doscientas personas en un show, los productores le pagaron como si hubieran ido cien), alcanza a formular un deseo: “Esperamos ser un Necronomicón, no una Biblia”. Ricky era un tipo dificilísimo de entrevistar. Y un detalle más: era culto y coherente, eran tan parejos su vivir y su pensar que no podía sorprendérsele en una fisura, y siempre tenía una salida que descolocaba al interlocutor. En verdad, nunca tuvo interlocutores de su estatura.

Cuando era chico vivió una infancia como muchos niños de clase media baja. Dedicó una canción a eso. Todavía no bebía. Jugaba en la calle, escuchaba música, hasta quizás en la escuela primaria fue un poco correcto. Da igual. Tomémonos la libertad de imaginar que así fueron los comienzos.

Ricky nació un 30 de diciembre de 1966 y se empezó a morir desde que nació. Como todos nosotros, no estoy descubriendo nada nuevo. Nada más que él, a su manera, de contramano, como todo lo que hacía.