Marcelo
Caruso, Negro el dolor del mundo,
Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 2019
Premio Clarín de Novela 2019
“Si yo fuera un ciudadano de primera
amparado por una constitución
yo te podría decir que me cago en tu amor.
Y que me gustaría ser negro
y con mucho olor”
Charly García
El negro Félix nace en Buenos
Aires en 1729, cuando esto era un barrial con algunas casas y pretensiones de
algo más, a miles de leguas de la capital del Virreinato, a orillas de un rio
(que no un puerto) donde el comercio se ahogaba, y asomaba una larvada
burguesía criolla con pretensiones de algo más.
Todavía en Francia no había
guillotinas ni habían nacido Luis XVI y María Antonieta.
Félix vive en la casa de don
Gabriel Martos Galloso, que podría decirse era un liberal precursor, que
pensaba –con sus amigos progres– que
indios, negros, criollos y españoles gozaban de una misma esencia humana. Su
esposa doña Laurentina de Dios Campos, que no había sido bendecida con la
gracia de la descendencia, cría a Félix como un blanco, con la ayuda de las
esclavas Policarpa y Albertina: le enseñan a leer y escribir, pero también lo
instruyen en los arrobos de la música, las mañas de la oratoria, y don
Gabriel lo inicia en los arcanos de las hierbas que poseen la propiedad de
restablecer o quitar la salud.
La trama se desarrolla en dos
narraciones paralelas, con un salto en el tiempo entre ellas. De inmediato
sabemos que Félix está preso por algo que puede ser una muerte, que Buenos Aires
carece de verdugo, y que importa más cubrir la vacante que castigar a un negro.
Félix no vive como los demás
negros, pero es como ocurre hoy cuando vemos a los exiliados africanos
vendiendo relojes o sombreros en la calle: suponemos que no pueden hacer otra
cosa más que trapichear baratijas, así como en ese Buenos Aires se suponía que
un negro no podía más que hacer tareas manuales.
A esta altura de la reseña,
podríamos apostar que quien la lee da por descontado que Félix es esclavo. Pero
no, nació libre. Cierta contingencia, que se va desentrañando poco a poco, lo
lleva a la situación que se nos muestra desde la primera página.
Por primera vez en su vida, Félix sintió lo que significaba ser negro.
Como nació libre, tiene el status
jurídico de persona, no de cosa (como los demás negros que sí son esclavos).
Pero eso no es bien entendido ni por los traficantes de negros ni por los
reaccionarios que siempre los hubo en todas las épocas.
Marcelo Caruso construye una
laboriosa novela que posee tanto el mérito de estar fielmente ambientada en la
realidad histórica que elige –tratada con rigor, pero al pasar, como una tenue
lámina de fondo- y a la vez ser tributaria de aquellas narraciones de
postergaciones infinitas, como El
castillo o El desierto de los
tártaros. Se posterga una decisión que debe tomar Félix –aún preso y
tratado como si fuera un esclavo preso, sigue poseyendo una esfera de albedrío
que puede salvarlo- y que pareciera prolongarse muchos años en el tiempo
ficcional, aunque bien seguida la trama, se advierte que han pasado apenas algo
más de tres meses desde el comienzo de las desventuras y el fin de la novela en
1752.
En la tradición de Sartre o
Brecht, es también una narración que propone al lector realizar elecciones
morales. A los personajes de fondo de la novela, los anónimos mestizos, negros
y zambos que se ocupan de las tareas ínfimas pero esenciales, esa disyuntiva
ética les da ocasión para el azar: Hasta
en el campo corren apuestas sobre lo que harás, le dice el guardia del
calabozo.
La novela nos habla de lo que
significa ser negro. Negro en 1729, negro en 1752 y lo que haya significado ser
negro hacia la Asamblea de 1813 o en 1852 (vísperas de Caseros); o lo que fuera
ser negro en 1945, 1955 o 2020.
Las personas ya no se compran ni
se venden, ahora lo que se compra es la fuerza de trabajo, pues la humanidad evolucionó y deja libres a las personas
para que éstas tengan el albedrío de vender su fuerza laboral al que pueda
pagarla. Y para que se mantengan solas, no dependan más de la casa y comida que
les agencie el bueno del amo. Porque acá en Buenos Aires siempre se fue piadoso
con los esclavos –los negros- nada de azotes ni plantaciones de algodón bajo el
sol: trabajos manuales sencillos, tareas de la casa, desahogo del amo, recados
por las calles de barro, lavado de ropa en el río. Y en el tiempo libre
–siempre los porteños fueron muy humanos con sus negros- el comercio de alguna
manufactura en la Plaza para ir haciéndose un peculio. Y comprarle al amo la
libertad cuando sean viejos.
Ser negro se define por oposición
a ser blanco. Félix es tan culto como sus padres adoptivos Don Gabriel y Doña
Laurentina, como los amigos liberales de estos, la beata de Cárdenas, el doctor
Bernabé Denis de Arce. Pero es insalvablemente negro. Un negro que sólo podría
casarse con una negra –aunque fuera esclava- pero que por analfabeta, por
abusada, por negra, solo vería
acentuada las diferencias con su festejante de
color. Para el negro nunca nada es fácil. Y antes, tampoco lo fue.
Daniel Ortiz