jueves, 16 de enero de 2020

La suerte de los negros




Marcelo Caruso, Negro el dolor del mundo, Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 2019
Premio Clarín de Novela 2019

“Si yo fuera un ciudadano de primera
amparado por una constitución
yo te podría decir que me cago en tu amor.
Y que me gustaría ser negro
y con mucho olor”
Charly García

El negro Félix nace en Buenos Aires en 1729, cuando esto era un barrial con algunas casas y pretensiones de algo más, a miles de leguas de la capital del Virreinato, a orillas de un rio (que no un puerto) donde el comercio se ahogaba, y asomaba una larvada burguesía criolla con pretensiones de algo más.
Todavía en Francia no había guillotinas ni habían nacido Luis XVI y María Antonieta.
Félix vive en la casa de don Gabriel Martos Galloso, que podría decirse era un liberal precursor, que pensaba –con sus amigos progres– que indios, negros, criollos y españoles gozaban de una misma esencia humana. Su esposa doña Laurentina de Dios Campos, que no había sido bendecida con la gracia de la descendencia, cría a Félix como un blanco, con la ayuda de las esclavas Policarpa y Albertina: le enseñan a leer y escribir, pero también lo instruyen en los arrobos de la música, las mañas de la oratoria, y don Gabriel lo inicia en los arcanos de las hierbas que poseen la propiedad de restablecer o quitar la salud.
La trama se desarrolla en dos narraciones paralelas, con un salto en el tiempo entre ellas. De inmediato sabemos que Félix está preso por algo que puede ser una muerte, que Buenos Aires carece de verdugo, y que importa más cubrir la vacante que castigar a un negro.
Félix no vive como los demás negros, pero es como ocurre hoy cuando vemos a los exiliados africanos vendiendo relojes o sombreros en la calle: suponemos que no pueden hacer otra cosa más que trapichear baratijas, así como en ese Buenos Aires se suponía que un negro no podía más que hacer tareas manuales.
A esta altura de la reseña, podríamos apostar que quien la lee da por descontado que Félix es esclavo. Pero no, nació libre. Cierta contingencia, que se va desentrañando poco a poco, lo lleva a la situación que se nos muestra desde la primera página.
Por primera vez en su vida, Félix sintió lo que significaba ser negro.
Como nació libre, tiene el status jurídico de persona, no de cosa (como los demás negros que sí son esclavos). Pero eso no es bien entendido ni por los traficantes de negros ni por los reaccionarios que siempre los hubo en todas las épocas.
Marcelo Caruso construye una laboriosa novela que posee tanto el mérito de estar fielmente ambientada en la realidad histórica que elige –tratada con rigor, pero al pasar, como una tenue lámina de fondo- y a la vez ser tributaria de aquellas narraciones de postergaciones infinitas, como El castillo o El desierto de los tártaros. Se posterga una decisión que debe tomar Félix –aún preso y tratado como si fuera un esclavo preso, sigue poseyendo una esfera de albedrío que puede salvarlo- y que pareciera prolongarse muchos años en el tiempo ficcional, aunque bien seguida la trama, se advierte que han pasado apenas algo más de tres meses desde el comienzo de las desventuras y el fin de la novela en 1752.
En la tradición de Sartre o Brecht, es también una narración que propone al lector realizar elecciones morales. A los personajes de fondo de la novela, los anónimos mestizos, negros y zambos que se ocupan de las tareas ínfimas pero esenciales, esa disyuntiva ética les da ocasión para el azar: Hasta en el campo corren apuestas sobre lo que harás, le dice el guardia del calabozo.
La novela nos habla de lo que significa ser negro. Negro en 1729, negro en 1752 y lo que haya significado ser negro hacia la Asamblea de 1813 o en 1852 (vísperas de Caseros); o lo que fuera ser negro en 1945, 1955 o 2020.
Las personas ya no se compran ni se venden, ahora lo que se compra es la fuerza de trabajo, pues la humanidad evolucionó y deja libres a las personas para que éstas tengan el albedrío de vender su fuerza laboral al que pueda pagarla. Y para que se mantengan solas, no dependan más de la casa y comida que les agencie el bueno del amo. Porque acá en Buenos Aires siempre se fue piadoso con los esclavos –los negros- nada de azotes ni plantaciones de algodón bajo el sol: trabajos manuales sencillos, tareas de la casa, desahogo del amo, recados por las calles de barro, lavado de ropa en el río. Y en el tiempo libre –siempre los porteños fueron muy humanos con sus negros- el comercio de alguna manufactura en la Plaza para ir haciéndose un peculio. Y comprarle al amo la libertad cuando sean viejos.
Ser negro se define por oposición a ser blanco. Félix es tan culto como sus padres adoptivos Don Gabriel y Doña Laurentina, como los amigos liberales de estos, la beata de Cárdenas, el doctor Bernabé Denis de Arce. Pero es insalvablemente negro. Un negro que sólo podría casarse con una negra –aunque fuera esclava- pero que por analfabeta, por abusada, por negra, solo vería acentuada las diferencias con su festejante de color. Para el negro nunca nada es fácil. Y antes, tampoco lo fue.

Daniel Ortiz