miércoles, 13 de octubre de 2010

Palabras apropiadas y palabras recuperadas

Wordle: palabras apropiadas


Hay una lucha cotidiana que todos realizamos, con poca o ninguna consciencia de ello. Y el objetivo de esa lucha son las palabras.

Hablamos mucho, a veces decimos algo. Para eso utilizamos palabras. Y cuando utilizamos las mismas, hallamos que pocas veces decimos lo mismo que dice el otro cuando las emplea. Les damos otro sentido.

Lo que es peor: las escuchamos sólo con nuestro propio sentido. El ejercicio de ponerse en el lugar del otro para captar el significado que éste le asigna a sus palabras es pocas veces recorrido. No existe alteridad en nuestros diálogos, no consideramos al otro como receptor: nos detenemos ante el emisor, y pretendemos que éste siempre sea uno mismo.

Por cierto que de esta manera, mientras emisor y receptor coincidan en el significado de sus palabras, no habrá conflicto comunicativo alguno, y podremos hablar mucho, comunicarnos poco y decir nada, bajo la apariencia de haber mantenido un gran diálogo.

Quienes a través de la propiedad privada de los medios de comunicación masivos jalan los grandes hilos de la formación del discurso de las masas, conocen esto a la perfección y se valen de ello. Para mantenerse en dicha propiedad, para acrecentar sus ganancias, para forjar un sentido común en las palabras que sea útil, por ejemplo, para inventar demandas en el mercado que -luego- requieran mercancías o servicios para abastecerlas que necesiten, a su vez, publicidad en esos medios.

No les importa tanto qué se diga, como que todos entiendan que, lo que se dice, significa determinada cosa y no otra.

Así, se procura consolidar un único significado para cada una de las palabras. El más craso, el más llano, el más binario, el que menos trabajo intelectual implique comprenderlo. De este modo se educa a las masas desde los medios masivos de comunicación modernos.

El trabajo del intelectual es el de alertar sobre este mecanismo. Pero su voz es raramente escuchada en el desierto donde predica, las más de las veces, en lengua extraña.

A veces sucede, entonces, que rompiendo el cerco y en inusitados arranques de sabiduría espontánea, las masas se enfrentan abierta e inorgánicamente contra esos significados consolidados por el Otro.

Se me ocurren muchos ejemplos, pero pongo uno. A falta de mejores argumentos –que los hay a raudales- para ofrecer oposición a la acción gubernativa de la actual Presidenta, las clases media y media alta la han apostrofado con un apelativo que, precisamente, le niega su calidad de Otro al rival político. Lo cosifica, pues un animal es jurídicamente una cosa, no un Ser, un Otro. La Presidenta no es una mujer. Es una yegua. Con minúsculas.

No hace falta explicar más. Como el tirano prófugo, como la negrada, como el subversivo, con decir la yegua ya está todo dicho.

Como reacción ante esta pronunciada falta de imaginación política, los partidarios de la acción de gobierno han optado por el mecanismo más simple para repeler esta invectiva. Y la iniciativa la han tenido, de entre estos partidarios, sus mujeres: asisten a las marchas de apoyo a la Presidenta luciendo unas sencillas remeras con su efigie y la leyenda: Somos todas Yeguas.

Las chicas han realizado un notable acto de lucha en el terreno simbólico con el cual han obtenido una victoria: se han apropiado del significante. Han abortado el sentido peyorativo que la palabra tenía para los forjadores de la invectiva y lo han retrovertido en un término que les otorga un sentido de pertenencia con sentido positivo. ¿Nuestra Presidenta es una yegua? Entonces, somos todas yeguas.

Fuera del ágora, similares ejercicios han realizado los simpatizantes de River o de Boca cuando han recuperado con orgullo, como emblemas identificativos propios, los insidiosos motes de gallinas o bosteros.

Hay otras palabras que nadie quiere aflojar: revolución, democracia, república, ciudadanía, igualdad, libertad, etc. que suelen arrojar más confusión que certezas cuando se las emplea.

Respecto de otras, cierta línea discursiva se las ha apropiado dotándolas de un sentido unívoco funcional a determinado escenario combativo: es el caso de las palabras seguridad e inseguridad.

En otros casos, asistimos a frustrados embates por la apropiación: nadie se traga que un genocida es un preso político.

Se opera en el terreno simbólico, entonces, un proceso de apropiación del significante (que bien puede ser visto también como de resignificación), unido a otro de recuperación del mismo, cual estandarte que cambia de manos en el fragor de la batalla.

Postulo, entonces, que la lucha en el terreno de las palabras persigue como meta la apropiación del significante.

Es por eso que no es lo mismo cuando un medio de comunicación utiliza las palabras apropiación y recuperación (de rentas extraordinarias, de costos laborales, por ejemplo), o cuando otros utilizamos las palabras apropiación y recuperación para referirnos a nietos, fábricas o memoria. Precisamente, de lo que quiero alertar, es que el sentido lo pone quien se apropia del significante y mientras dure su señorío, razón por la cual la vigilancia ha de ser perpetua.

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