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uelen ocurrir
sucesos insólitos e inaugurales, y este se dio un domingo, día en que la Biblioteca
Popular Sudestada no abre, y ese día no era la excepción, porque solo estábamos
adentro de paso, guardando algunos trastos después de homenajear a García Lorca
y redescubrir su busto. Un trasnochado llegó, preguntando por el homenaje.
Luego de haber realizado prodigios para convocar público, después para evitar
que nos lo dispersaran el frío y la lluvia en ciernes, y de haber concluido
todo con el sabor de un trabajo cumplido que podría haber servido para una
multitud pero fue para un puñado de lorquianos empecinados, esta presencia
tardía solo nos sacó una mueca y un escueto “Acaba
de terminar, una pena”. El desconocido dejó una bolsa de libros en donación
y se fue como vino.
Eran
unos quince ejemplares de Un pez en la
inmensa noche. No fue muy perspicaz darse cuenta de que se trataba del autor.
Íbamos a posponer el minucioso examen para los días siguientes, pero nos ganó
el lector empecinado. En la tapa el libro anunciaba que había sido premiado y
una buena contratapa prometía un contenido digno de un premio. Nos acompañó a
nuestra casa. Hasta aquí lo inaugural.
* * *
L
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o insólito vino
al comenzar a pasar las hojas. Renunciamos a toda pretensión de dosificar en misterio
lo que sigue. Un desconocido para el gran público es un enorme escritor
nacional que tiene un libro de relatos de juventud donde cada uno es un alarde
de dominio profundo de la técnica narrativa. Letino es el premiado en el concurso Latinoamericano de Cuento de
Puebla, México de 1988 (se sabe que García Márquez no consiguió pasar la
selección en este concurso de 1985). En este relato de tinte fantástico, la
apelación sutil a los recursos del género lleva íntimamente de la mano a la
dulce evocación de los orígenes. Le sigue Las
trampas, un relato ambientado en el Tigre (un preanuncio de la geografía de
Brüll) que goza de la particularidad
de ser relato realista y de terror, sin apelaciones a lo sobrenatural. Caruso
lo consigue. Lo mismo podría decirse –es sólo una lectura posible- de cierto
intolerable clima de que algo va a pasar
que queda abierto aún al final de Lobizón,
un relato de pueblo suburbano donde la barra de adolescentes intenta sacudirse
el yugo de cierto machito de barrio apostando
todo a una ordalía con un rival redentor. Podríamos afirmar, de Caruso, no sólo
que se trata de un gran lector, sino que nos permite descubrir sus lecturas en
sus relatos: a Bradbury en Letino, a
Briante en Lobizón, a Rulfo en El Turbio. En todos los relatos, un deliberado
borroneo de los contornos de la realidad y una destreza para moverse como un
pez en la inmensa noche por comarcas oníricas. Los finales, sin ser abiertos,
apuestan a un lector inteligente que cierre los relatos, y ese es sólo uno más
–y generoso- de los tantos aciertos de este narrador y su primer libro de cuentos.
* * *
(L
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os ejemplares del libro empezaron a circular entre los voluntarios y a
sucederse los comentarios. Dimos con el autor, le agradecimos los libros e
incorporamos al catálogo un ejemplar. Se declaró culpable de una novela, Brüll, finalista del Premio Planeta 1995.
Obviamente, queríamos también un ejemplar. Se vino otra vez a la Biblioteca y
nos trajo dos. Con este libro, se completa su obra editada. Tiene otra novela
–un arduo trabajo que le viene llevando demasiados años- en búsqueda de editor.
Nos habló de ella.)
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V
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enimos
renunciando a la sorpresa porque la sorpresa es el hallazgo de un autor que
–aunque se resista- está entre los diez primeros autores nacionales. Lo hemos
conocido, lo presumimos ajeno a toda veleidad. Démosle el gusto. El ranking se
refiere a autores nacionales vivos. No está conforme (parece no estarlo nunca,
y vale). Pongámoslo en el número diez. “Caruso:
diez”, digámosle. Si no le gusta, podemos agregar: “El problema es suyo, usted puso ciertos libros en el mundo y ya no le
pertenecen, nos pertenecen a nosotros y podemos glosarles nuestra lectura.”
Hagámonos cargo ahora, que lo hemos leído.
Empezaremos por el final, por la
conclusión: Brüll fue un libro
prematuro para la claudicante Argentina noventosa. De ahí que si bien tuvo el
honroso premio de haber sido finalista del Premio Planeta del 95, no ha sido
nuevamente editado nunca. Es un libro que, editado hoy o unos pocos años antes,
en la cresta de la ola de algunos temas, hubiera sido debatido hasta el
cansancio. Pero a algunos autores les toca el solitario rol de pertenecer a las
vanguardias. Y no puede ser otro el caso de un escritor que en una novela habla
del macabro lastre de los vuelos de la
muerte antes de que un arrepentido y despechado capitán se confesara ante
Verbitsky. El tema no era nuevo –había aflorado en el Juicio a las Juntas- pero
faltaba quien le pusiese la firma y este marino lo hizo. Pues bien: en la
novela, Brüll –que vive a dos horas y media del Tigre en una isla y es un
escultor que no puede esculpir porque tiene las manos enfermas- descubre que a
diario el río devuelve cadáveres. Pero eso apenas lo vislumbramos hacia la
mitad, es como la historia de fondo, porque adelante, como para distraernos, el
autor nos pone el drama de Mariano, el protagonista, que va al Tigre a buscar a
su ex novia (Caruso le puso Virginia),
la pareja de Brüll, que le ha escrito algo ambiguo. Le ha escrito una carta
postal, no es época de emails, porque estamos en la dictadura. Y allí va
Mariano, en una sudestada feroz (vean que no es casual la homonimia del sitio
donde Caruso ha venido a dar con sus libros), a redimir a Virginia, a
rescatarla cual Ariadna con su hilo a Teseo. Y nos tropezamos con cierta fauna
islera, con gente que prefiere quedarse ahí –a cualquier costo- antes que irse.
Porque no se fueron antes, cuando las cosas se habían puesto fuleras, no se
iban a ir ahora. Una fauna de inmolados descastados, un cierto Caronte que juntacadáveres, un buchón o cabo de la
Prefectura que a veces parece como arrepentido, o es tan buchón que buchonea
para todos lados…
Podríamos contar el final, pues nada
quitaría a la lectura. No todo, y sí mucho, está en cómo narra Marcelo Caruso. Encima nos dice cosas, tiene cosas para
decirnos. Y por añadidura es de esos libros impostergables, de esos libros que
uno siente que pierde el tiempo mientras tiene que interrumpir la lectura. Ha
dejado pasar el tiempo entre estos libros y la novela que se viene. Quizás ello
le permita ser actual, ya que en los noventa, con Brüll, hemos mostrado ser tan poco proclives a leer lo que tenía
para decirnos. En cualquier caso, celebremos el libro que se viene.
(Ambos libros disponibles para préstamo en la
Biblioteca Popular Sudestada)
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